Bájate del bus

En la ciudad de Lima hay mucha necesidad de transporte público. Es una ciudad con algo más de diez millones de habitantes (este año) y la gran mayoría tiene que presentarse a trabajar o estudiar todos los días. Hace muchos años que la solución para el problema del transporte público llegó gracias a esfuerzos informales. Un grupo de buses, grandes y pequeños (algunos realmente pequeños) aparecieron en las calles para llevar a toda esta gente a su destino. Con el tiempo las llamaron «combis», en general —a pesar de que la gran mayoría no son marca Volkswagen— y podría decirse que el resto es historia conocida.

Sí, las combis fueron una solución precaria pero efectiva al problema. Precaria, porque lo adecuado hubiese sido que se organice un sistema de transporte público seguro, ordenado, limpio y eficiente; pero de todas formas efectiva porque el objetivo básico estaba cubierto: la gente podía transportarse a un precio razonable y llegar a su destino en un tiempo prudente.

Sin embargo, este sistema tiene un gran defecto. Al no haber sido creado con orden, y al seguir sin mucho orden hasta hoy, se impuso una política de «libre mercado» (o de «sálvese quien pueda», si gustas) en la que la única manera de ganar (más) dinero es recogiendo (más) pasajeros. No es de sorprender que, por culpa de esto, comenzaran los problemas. Si los conductores necesitan recoger más pasajeros para ganar más dinero, entonces había que hacer lo necesario para poder recoger los más posibles. Y eso hicieron. Así, a veces deciden ir más rápido para intentar recoger a los pasajeros que puedan estar esperando más adelante; a veces deciden ir más lento para esperar que los posibles pasajeros salgan de donde están trabajando o estudiando y así poder recogerlos. A veces, incluso vemos que se detienen en un semáforo a pesar de que la luz está en verde para poder esperar que los pasajeros lleguen y así poder recogerlos.

A falta de orden, crearon su propio orden y a su propia conveniencia; y las consecuencias pueden apreciarse en Lima todos los días: Las velocidades altas ocasionan accidentes. Las velocidades lentas ocasionan congestión.

Para tener un Perú mejor necesitamos que esto cambie.

Ahora, seamos realistas: En una ciudad con diez millones de habitantes, el tema del transporte no va a tener una solución sencilla. Para poder hacer un cambio, sería necesario pedir a muchos ingenieros industriales que aprovechen sus clases de tiempos y movimientos en la universidad para analizar el tráfico en toda la ciudad y así poder desarrollar un plan de transporte que cubra las necesidades de la todos los ciudadanos de Lima y que al mismo tiempo sea ordenado, eficiente y limpio. No cuestión de un par de días y habrá que tener paciencia.

Mientras tanto, hay una cosa que sí podemos hacer y es instar a los conductores a brindar un servicio lo más seguro, ordenado y limpio posible. ¿Cómo? Usando nuestro poder de consumidor. Protestando cuando ello no ocurra.

¿Que la gente protesta, dices? Sí, lo sé. También he estado en una combi y también he escuchado a la gente pedirle al conductor que vaya más rápido o más despacio y que deje de pensar solamente en su conveniencia. Pero también he visto el efecto que esto causa: ninguno. El conductor suele hacerse de oídos sordos y continúa con su plan de ir más rápido o más despacio según su voluntad.

Dicho esto, la próxima vez bájate del bus. Exige, incluso que te devuelvan el pasaje, si lo consideras razonable. Cuando los conductores comiencen a notar que sus pasajeros se bajan del auto y exigen su dinero porque los están atendiendo mal, las cosas tal vez comenzarán a mejorar.

Hasta la próxima.

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