Un pensamiento sobre el Halloween en Perú

El año pasado aproveché el feriado del 1º de noviembre para salir un rato la noche del 31 de octubre —tal como muchos planean hacer el fin de semana entrante.

Aquel día la ciudad estuvo dividida entre la celebración del Halloween y el Día de la Canción Criolla. Vi niños disfrazados pidiendo dulces. Vi gente haciendo cola para entrar a la única peña por la que pasé mientras andaba. Vi discotecas ofreciendo fiestas. La mayoría tenía, salomónicamente, guitarras cubiertas por telarañas en sus carteles, para tener público para todos los gustos.

Me reí, bebí un poco, la pasé bien; pero cuando volví a casa a descansar e hice el recuento de los daños a mi billetera me di cuenta de algo que todos deberíamos tener en cuenta:

Lo fácil que es caer en las trampas de la publicidad y el marketing en el Perú. Ellos quieren ventas, nos inventan días y «tradiciones» ciertos días del año, y nosotros caemos redonditos a gastar nuestro dinero en esas cosas:

Sin mencionar las docenas de días especiales absurdos que tenemos en el calendario, tales como los días del amigo, del pollo a la brasa, del pisco sour, o la semana del chilcano.

Yo sé que las empresas necesitan vender y que es válido y lícito que creen promociones para intentar atraer a cierto público a sus locales… pero de ahí a que las personas simplemente se dejen manipular por el marketing hay una gran diferencia.

Y para tener un Perú mejor necesitamos peruanos que sean lo menos manipulables posible.

Hasta la próxima.

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