Vendedores y mendigos

«Señores pasajeros, damas y caballeros…» Quien haya subido a un vehículo de transporte público en Lima alguna vez en su vida ha escuchado esta introducción al menos una vez. Puede ser hombre o mujer, joven o viejo… no importa. Lo importante es que él sube al carro a ganarse algunas monedas, «sin hacer daño a nadie».

En las calles suele verse algo similar, aunque sin tanto discurso: Hombres y mujeres, a veces con niños en brazos o al lado, a veces mandando a los propios niños a conseguir monedas diciendo «apóyame…» o preguntando si «¿puede colaborarme…?»

Si has paseado por las calles peruanas, los has visto: son mendigos.

En las mismas calles, a veces entremezclados con ellos, otras personas buscan sus propias monedas pero no tienen discurso. Están sentados en su esquina o parados frente a la puerta de su centro comercial, iglesia, colegio o estadio favorito, con muchas cosas en sus estables o improvisados puestos, esperando que vengan los clientes a preguntar cuánto cuesta una botella de gaseosa, un caramelo, un cigarrillo o un paquete de galletas y se los compre.

Si has paseado por las calles peruanas, los has visto: son vendedores.

Los primeros insinúan sin miramientos que están en una situación económica difícil y que necesitan dinero. A veces tienen una bolsa de chocolates o caramelos para disimular. Los segundos tienen un puesto y esperan pacientemente un cliente que venga a comprarles. Ellos no disimulan. Tienen trabajo.

¿Notaste la diferencia de dignidad entre un grupo de gente y el otro?

La próxima que estés en la calle y tengas enfrente a un vendedor o a un mendigo, piensa en las consecuencias de darle a uno de ellos tu dinero. Ayudar a una persona necesitada podría parecer loable, pero apoyar a los vendedores y rechazar a los mendigos es la única manera de tener un Perú donde no haya personas que digan «me pondré a pedir plata» sino personas que digan «me pondré a trabajar».

Porque solo trabajando los sueños es que se hacen realidades.

Hasta la próxima.

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